Desde ya hace varias décadas lo escrito sobre la obra de Alfonso Reyes supera con mucho lo escrito por el propio don Alfonso. No es de extrañar, una vez que el autor libera su obra, esta toma vida propia, se adueña de las voluntades ajenas y a veces toma sobre su propio creador para mostrarle que el texto, por si mismo, es un universo más complejo de lo que el escritor logra entrever.
Sin embargo, comparados con las casi seiscientas páginas en apretada tipografía del repertorio Bibliográfico de Alfonso Reyes, a casi treinta años de su publicación y pendiente todavía de actualizar, tenemos ya una multiplicación impresionante de textos; por cada palabra escrita por reyes, hemos escrito al menos veinte en torno suyo.
Es fácil encontrar los temas más disímbolos: Reyes escribe sobre los estornudos de Zaratrusta, como de las lacas chinas y su influencia en las artesanías mexicanas; aborda el tema editorial en la antigua Grecia y dedica finos poemas a un juego de manos debajo de la mesa. Pero a todas luces, hay un hueco que no parece haber sido suficientemente satisfecho: su presencia como jurista. |