Artículo de: Tomo LX    •    Número 253   •    Enero-Junio, 2010

 

LA DEMOCRACIA Y SUS CONDICIONES

Michelangelo Bovero**

 

I. ¿A qué juego jugamos?

"D

emocracia» es una de las palabras que más han padecido una situación inflacionaria en el lenguaje común, a tal grado que corre el riesgo de convertirse –si es que no lo ha hecho ya- en una palabra vacía. Corre el riesgo de perder cualquier significado compartido. Por eso es oportuno tratar de restaurar el significado de la palabra «democracia»; es decir, reconstruir el concepto de democracia, o al menos, un concepto plausible y aceptable, que sea acorde con los usos prevalentes de la palabra a lo largo de la historia de la cultura occidental.
Sugiero proceder en esa tarea por medio de aproximaciones sucesivas. La palabra «democracia» indica, como dirían tal vez los lógicos, un «mundo social posible», es decir, una de las configuraciones que puede asumir la organización de la convivencia colectiva. Con mayor precisión, «democracia» indica, sobre todo y esencialmente, una «forma de gobierno» en el sentido más amplio y tradicional de esta expresión o un «tipo de régimen», como prefieren decir hoy algunos estudiosos. Los antiguos habrían dicho: La democracia es una politeía, esto es una de las constituciones de acuerdo con uno de los modos más frecuentes de traducción. Aristóteles nos enseñó a reconocer la «constitución» –la politeía de una pólis, el carácter político de una comunidad, su identidad específica, su «régimen» político –en la táxis tôn archôn, es decir en la arquitectura de los poderes públicos, a los cuales está atribuida la tarea de tomar las decisiones colectivas.