Michelangelo Bovero**
I. ¿A qué juego
jugamos?
emocracia» es una de las palabras que más
han padecido una situación inflacionaria en el lenguaje
común, a tal grado que corre el riesgo de convertirse –si
es que no lo ha hecho ya- en una palabra vacía.
Corre el riesgo de perder cualquier significado compartido.
Por eso es oportuno tratar de restaurar el significado
de la palabra «democracia»; es decir, reconstruir
el concepto de democracia, o al menos, un concepto plausible
y aceptable, que sea acorde con los usos prevalentes de
la palabra a lo largo de la historia de la cultura occidental.
Sugiero proceder en esa tarea por medio de aproximaciones
sucesivas. La palabra «democracia» indica,
como dirían tal vez los lógicos, un «mundo
social posible», es decir, una de las configuraciones
que puede asumir la organización de la convivencia
colectiva. Con mayor precisión, «democracia» indica,
sobre todo y esencialmente, una «forma de gobierno» en
el sentido más amplio y tradicional de esta expresión
o un «tipo de régimen», como prefieren
decir hoy algunos estudiosos. Los antiguos habrían
dicho: La democracia es una politeía, esto es una
de las constituciones de acuerdo con uno de los modos más
frecuentes de traducción. Aristóteles nos
enseñó a reconocer la «constitución» –la
politeía de una pólis, el carácter
político de una comunidad, su identidad específica,
su «régimen» político –en
la táxis tôn archôn, es decir en la
arquitectura de los poderes públicos, a los cuales
está atribuida la tarea de tomar las decisiones
colectivas.