Artículo
de: Tomo LVI Número
246 México
D.F., 2006
RESPUESTA
A SEÑAS DE IDENTIDAD*
S
eñores académicos. Señoras y señores:
Antes de referirme a don Fernando Serrano
Migallón y a su discurso de ingreso en esta
Academia, permítanme hacer una breve alusión
a la entrañable relación que hay o, al menos,
debería haber, por una parte, entre el derecho
y la lengua, en nuestro caso, la española
y, por otro, entre el derecho y el humanismo.
No falta quien se pregunta por qué a una corporación
dedicada al estudio de la lengua y a la promoción
de su unidad y fortaleza, se invita a destacados
jurisconsultos, a quienes alguno podría juzgar
distantes de las disciplinas filológicas.
Aclaro de inmediato que, además de eminentes
juristas, nuestros académicos abogados han
sido y son muy buenos escritores y conocedores
de nuestra literatura. Es decir son, además
de abogados, personas de exquisita, de refinada
cultura. Por otra parte, nuestra corporación
no puede prescindir de sus luces como juristas
porque muchas de las consultas que debemos
atender tienen que ver con las leyes y el
derecho. Piénsese simplemente, a manera de
contundente argumento, que el Diccionario
académico tiene un mayor número de artículos
relacionados con el derecho que los vinculados
a la gramática o a la filosofía. Desde su
fundación esta casa ha contado con el auxilio
indispensable de académicos juristas. Para
nuestros trabajos los necesitamos constantemente.
Me pregunto si no convendría, en compensación,
que los legisladores, los que tienen la grave
responsabilidad de redactar leyes y reglamentos,
se auxiliaran de filólogos y lingüistas para
que esos fundamentales instrumentos de convivencia
ciudadana contaran con la obligatoria elegancia
de la claridad y la precisión, tanto sintáctica
cuanto morfológica, léxica y semántica. Por
lo que voy a decir, pido que me corrijan,
si fuera el caso, don Fernando Serrano o don
Diego Valadés, excelentes académicos juristas:
Creo que el noble y dificilísimo empeño de
hacer justicia, en muchas ocasiones se ve
impedido y obstaculizado por las complicadas
labores exegéticas, que bien podrían aligerarse
si se contara con textos legales redactados
con la debida precisión.
La relación entre las humanidades, en particular
las letras y la historia, y las ciencias jurídicas,
desde por lo menos el siglo XIX hasta nuestros
días, es notable y fácil de comprobar. Una
manera de hacer esto último es constatar,
en los anuarios de esta corporación, el gran
número de académicos que estudiaron derecho
y terminaron siendo humanistas ilustres, sin
dejar de ser connotados conocedores de las
leyes y de la jurisprudencia. No debe olvidarse
que, en nuestro medio universitario, son relativamente
recientes las escuelas y facultades que forman
hoy expertos en letras e historia. Antes,
esa nobilísima función la desempeñaban, al
menos parcialmente, las escuelas de jurisprudencia.
Entre los miembros ya fallecidos de esta Academia
Mexicana de la Lengua, que fueron humanistas
abogados o abogados humanistas, están: Salvador
Azuela, Joaquín D. Casasús, Antonio Caso,
Antonio Castro Leal, Alfredo Chavero, Ezequiel
A. Chávez, José Ignacio Dávila Garibi, Isidro
Fabela, Luis Garrido, Antonio Gómez Robledo,
Martín Luis Guzmán, José López Portillo y
Rojas, Alfonso Noriega, Edmundo O'Gorman,
Manuel José Othón, Alfonso Reyes, Vicente
Riva Palacio, Victoriano Salado Álvarez, Justo
Sierra, Julio Torri, Artemio de Valle-Arizpe,
José Vasconcelos, Agustín Yánez...
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