Artículo
de: Tomo LVI Número
246 México
D.F., 2006
LA
EXCEPCIÓN COTIDIANA. HACIA EL FINAL DE LA EDAD DE
LOS DERECHOS *
L
a respuesta institucional y cultural de las democracias
al “terrorismo global” ha caminado,
sobre todo en los Estados Unidos, pero no solamente,
en la ruta de la simplificación amigo-enemigo, de
la dramatización de la unicidad del evento (como
si la historia hubiera comenzado el 11 de septiembre),
del uso políticamente instrumental del miedo y del
luto (evitando cuidadosamente el trabajo de autorreflexión
que la fragilidad y las aporías del mundo globalizado
implicarían).
Miedo no como conciencia “hobbesiana”
de la insidia a la cual está expuesto constantemente
todo orden político, como el no excluir del horizonte
al conflicto, que es lo que determina en ultima
instancia el carácter político del orden. Pero ello
no como fuente de consenso fácil, mediático-plebiscitario,
vinculado a la acentuación de pasiones elementales
y regresivas, y no a su “gobierno”.
Miedo, nuevamente, como legitimación de una nueva,
por lo menos en ciernes, forma “posmoderna”
de absolutismo, es decir, de un poder no regulado,
puramente militar y tecnológico-financiero. Un plano
inclinado que anuncia la delegación posdemocrática,
la simplificación del discurso público, la familiarización
con tasas de violencia pública y privada elevadísimas,
la identificación obsesiva-paranoica que remite
a la figura del jefe y a la patria “occidental”.
Se dirá: pero también Hobbes usa el miedo. Ciertamente,
pero para neutralizarla, no para transformar a la
dramatización de la amenaza en el único recurso
estratégico que constantemente se concreta y que
sirve al mismo tiempo para movilizar y para provocar
pasividad. No me parece que la finalidad de una
política global entendida como “justicia
occidental infinita y preventiva” pueda
implicar la vida tranquila en la cual florecen las
libertades y las diversidades. El poder “legítimo”
moderno es efectivamente tal en la medida en la
que está versado al orden normal, jurídico, que
ciertamente no se rige por si mismo, que no es autosuficiente,
que está atravesado por la violencia y de alguna
manera se origina de ella, pero en el cual el derecho
no es una entelequia, una superestructura que permanentemente
está destinada a la destrucción. La difundida nueva
legitimación asimétrica del uso de la fuerza por
parte de quien puede permitírselo, que se está presentando
en el mundo globalizado, presuntamente postpolítico,
no configura una forma de poder neohobbesiano, como
se suele sostener recientemente, con
un esquematismo que no sólo es filosóficamente falaz
e inadecuado para la lectura del contexto, sino
que representa un especia de pretensión profética
que se autocumple, una calificación para nada neutral
y “descriptiva”, que produce un efecto
tendencioso, preconstituyendo una elección político-cultural.
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